Con el advenimiento de los Borbones en el siglo XVIII, se produjeron profundas modificaciones en el espíritu legitimador de la monarquía que también se evidenció en la educación. Con la llegada de las “Nuevas Ideas” de la Ilustración, comenzó a cuestionarse el origen divino del poder de los reyes y con él comienza un proceso de debilitamiento del poder de la Iglesia en las decisiones del estado español. Las mismas ideas provocaron una profunda transformación que se concretó en una serie de reformas encaradas por los Borbones, que tuvieron repercusión también en el ámbito educativo. Decayó el predominio de la Teología y cobró fuerza el pensamiento científico.
La principal preocupación de los Borbones fue el afianzamiento de su autoridad real y en este propósito podemos ver una de las causas de la expulsión de los jesuitas, cuyo poder se tornaba amenazador. También se intentó darle a la enseñanza pública un carácter eminentemente regalista para inculcar a los súbditos la fidelidad al rey, instruyendo a los niños “en las obligaciones de un buen vasallo”. La Cédula Real dada en Aranjuez el 19 de mayo de 1801, nombraba “censores regios” que tuvieron bajo su responsabilidad examinar todas las conclusiones que se defendían en las universidades, en los conventos, escuelas privadas de regulares y seculares de todos los pueblos antes de imprimirse y difundirse. Se les mandaba no aprobar ninguna conclusión que se opusiera a las regalías de la Corona o a las leyes del reino, así como también al derecho nacional, a los concordatos o que aprobara cualquier doctrina favorable al tiranicidio o al regicidio.
Tipos de escuelas
Las transformaciones provenientes de las nuevas ideas involucraron también a la educación. Imbuidos por las ideas de los enciclopedistas, el Estado reclamaba urgentemente levantar el nivel cultural del pueblo y luchar contra el analfabetismo.
Este nuevo modelo educativo provocó la incorporación de los conocimientos útiles para la población y el modelo colonial se volvió más moderno. Se produjo una centralización creciente del Estado sobre la tarea educativa y se incorporaron criterios más científicos en la currícula. Esto se concretó con la creación de nuevas escuelas.
A las escuelas de los conventos se habían agregado las escuelas de parroquias pues los curas párrocos estaban obligados por una disposición de Gregorio IX, a enseñar las primeras letras y los rudimentos de la religión a los niños de las diferentes parroquias. Pero muchas veces el clero secular no cumplía con esta obligación y la misma quedó en manos de los sacristanes y la educación impartida fue muy deficiente.
En los primeros años del siglo XVII se generalizaron las escuelas particulares, aunque existieron algunas en los siglos precedentes. Las mismas se establecían cuando el Cabildo autorizaba a algún vecino interesado en el ejercicio de la docencia. A veces se le concedía un lugar físico para que desempeñara su labor pero la educación era costeada por los alumnos. Otras veces se trasladaban a las casas de sus alumnos en donde dictaban las lecciones. A estos maestros se los denominaban “leccionistas”.
Las “Escuelas del Rey” fueron una creación del periodo borbónico. Surgieron a partir de la expulsión de los jesuitas. En ellas la enseñanza era solventada una parte por el Cabildo y otra por los mismos alumnos, pero el maestro tenía la obligación de recibir gratuitamente a un número de niños pobres. El apoyo del Ayuntamiento fue importante ya que el Cabildo siempre se preocupó por la enseñanza de los niños de la Ciudad.
En estas escuelas se impartían los contenidos propios de la enseñanza elemental: lectura, escritura, las 4 operaciones matemáticas y la doctrina cristiana. A los maestros se les exigía buena conducta, idoneidad, religiosidad y que aprobaran el arancel que pagarían sus alumnos en caso de que esto fuera necesario. La Real Provisión había determinado los requisitos necesarios para ser maestros: aprobar un examen de escritura, aritmética, doctrina cristiana y poseer buenos antecedentes en cuanto su conducta y su “limpieza de sangre”.
Cabe mencionar que el avance de las ideas de la Ilustración no significó la desaparición de las escuelas monacales. Los padres agustinos sostuvieron una escuela de primeras letras en las proximidades de la entonces capilla de San Nicolás. También Mendoza contaba con una escuela dirigida por los franciscanos y otra por los betlemitas. En San Vicente, actual Godoy Cruz, estaba la escuela dirigida por sacerdote mendocino Diego Lemos, lo cual puede corroborarse en una nota dirigida por el obispo de Santiago de Chile al virrey del Río de la Plata, en la cual proponía a este sacerdote como primer cura de la parroquia de San Vicente.