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La Educación de la Mujer

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La educación de la mujer en sus comienzos fue siempre doméstica. Las mujeres mayores del núcleo familiar (madres, abuelas, nodrizas, empleadas) eran las encargadas de transmitir los saberes básicos que luego necesitarían las niñas: cocina, costura, bordado, el cuidado de niños y enfermos y nociones de “urbanidad” que luego le permitirían desempeñarse con decoro en las reuniones sociales y encontrar un buen esposo. Era muy importante también, en estos hogares de notoria tradición hispana, la formación religiosa. En algunos hogares de mayor formación intelectual las niñas aprendían a leer, a escribir y algunos rudimentos matemáticos.

 

Esta instrucción hogareña no era igual para todas las niñas de los diferentes grupos sociales. Las jóvenes de los grupos más acomodados incluían en su aprendizaje canto, música y la enseñanza de algún idioma extranjero. Con el paso del tiempo, las familias más destacadas empezaron a convocar a profesores extranjeros, la mayor parte venía de Chile, para aprender arte.

 

Las mujeres más pobres focalizaron la preparación de las niñas en cuestiones básicas para la supervivencia. Una de las posibilidades más usada fue el aprender a tejer como medio de vida.

 

Los primeros colegios en Chile

Guillermo Furlong (Furlong, 1945) relata como desde mediados del siglo XVI, el presbítero Bartolomé Rodrigo González, daba lecciones a Inés Suárez. Sin embargo no parece ser este un caso aislado, ya que hay numerosas firmas de mujeres en los documentos protocolares.

 

El convento de las Agustinas fue el primer establecimiento educativo destinado a las mujeres de Santiago y concurrían a él las hijas de los vecinos. Con el transcurro del tiempo se fundaron nuevos conventos en las cuales se admitían cada vez a más niñas para que aprendieran lectura y escritura. También se realizaban estudios literarios que culminaban en representaciones teatrales hasta el Sínodo de 1688 cuando Monseñor Bernardo Carrasco prohibió a los seglares que se educaban en monasterios, que representen sainetes. El caso fue que en un principio las religiosas y las alumnas participaban en certámenes poéticos y dramáticos en los cuales presentaban poesías, carterles poéticos, epigramas, etc. Pero el entusiasmo por participar en los sainetes se hizo desmedido lo que motivó que la autoridad eclesiástica los prohibieron.

 

La mayoría de las niñas eran internas y pagaban el llamado “derecho de piso”. Bajo estas costumbres, el obispo Juan de Sarricolea y Olea, establece en un decreto fechado el 3 de febrero de 1733, que debido a que en los tres monasterios que existían en ese momento, el de la Limpia Concepción, el de Santa Clara de la antigua fundación y el de la Victoria, había muchas niñas que no contribuían con el derecho de piso,  establecía que todas las alumnas seculares mayores de siete años pagaran obligatoriamente el derecho de piso.

 

A fines del siglo XVIII ya existían numerosos centros de cultura femenina independientes de los monasterios, en los cuales no solo aprendían a leer, escribir, cantar, baile, música instrumental y vocal además de capacitarlas para el manejo del hogar.

 

 El Colegio de la Compañía de María

El actual Colegio de la Compañía de María es el establecimiento de enseñanza femenina más antiguo de la región de Cuyo. Su origen se remonta a mediados del siglo XVIII cuando doña Juana Josefa de Torres y Salguero, viuda del general Bartolomé de Ugalde, ambos naturales de Córdoba del Tucumán, se trasladó a Santiago de Chile hacia septiembre de 1748, con la intención de ingresar al Monasterio de Santa Clara. Debido a sus problemas de salud, no pudo profesar en la Orden por lo que decidió fundar otro Monasterio, esta vez en la Ciudad de Mendoza, adonde se dirigió pero murió en abril de 1752, sin poder concretar su anhelo. El Obispo de Chile, monseñor Melgarejo ordenó que se levantara un inventario con los bienes de Torres y Salguero, para que se destinaran al establecimiento de una escuela para niñas. Por otra parte, en su testamento la donante había dispuesto que todos sus bienes se destinaran a la fundación de la Ciudad de Mendoza, del Monasterio de Buena Enseñanza o Compañía de María. Finalmente por Real Cédula expedida en Aranjuez, el 19 de mayo de 1760, el rey Carlos III autorizó la fundación del Monasterio. Su primer cuerpo directivo lo constituyeron religiosas clarisas venidas de Chile: Sor María Josefa del Carmen Madariaga, superiora; Sor Alfonsa de los Dolores Vargas y Lezcano, vicedirectora y Sor María Teresa de los Dolores Sotomayor, maestra. Nació así el Monasterio de la Buena Esperanza.

 

En 1778 por disposición del Obispo Alday, se empezó la construcción del edificio del Monasterio.

 

La instrucción femenina de esta institución brindaba nociones de lectura, escritura, operaciones matemáticas simples y artes destinadas a la vida hogareña: bordado, costura, urbanidad para actuar en los salones y formación religiosa.

 

Las alumnas provenían generalmente de familias importantes pero también niñas de familas pobres. Poseía el Instituto un departamento para esclavas y otro para indias.