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Al decir de Vicente Sierra la expulsión de los jesuitas se llevó a cabo con un extraordinario sigilo y el decreto de extrañamiento del 27 de febrero de 1767 hacía especial mención a los antecedentes y consultas que había realizado el monarca al Consejo Real. Se confió al Conde de Aranda la misión de dar las instrucciones complementarias y supletorias con el fin de asegurar el mejor cumplimiento de lo dispuesto por el Consejo.
La Real Pragmática Sanción fue sancionada el 27 de marzo pero recién se dio a conocer en Madrid el 2 de abril. El Consejo de Indias que no fue consultado en ningún momento sobre esta disposición recibió la noticia el 27 de marzo.
Para las provincias de América, Aranda mandó tres documentos: el Real Decreto, la Instrucción y un pliego cerrado más una Adición a las Instrucciones, Con una lista de colegios, casas y residencias. Bucarelli transmitió el decreto al gobernador de Chile, Antonio Guill y Gonzaga, quien lo recibió el 7 de agosto y el 26 del mismo mes lo ejecutó en Mendoza, San Juan y San Luis.
Los sacerdotes fueron expulsados sin notificarlos sobre las causas de esta decisión. No se les permitió defenderse ni siquiera llevar consigo ni sus libros ni los apuntes escritos por ellos.
El Corregidor de Cuyo Juan del Risco y Alvarado tenía orden de conducir a Buenos Aires a los expulsos y para ello designó a Salvador Ibarburu con una tropa compuesta por 12 hombres, que salieron rumbo al puerto de Ensenada el 7 de septiembre. Desde allí fueron embarcados a España. El rey Carlos III, asesorado por el Conde de Aranda, ordenó que los cuantiosos bienes que poseían los jesuitas fueron confiscados y se destinaran a obras de beneficencia o culturales.
Efectos de la expulsión de los Jesuitas
Domingo Amunategui Solar expresa en su obra “Historia de Chile” el impacto que provocó la expulsión de los jesuitas en Santiago. Describe que, dos años después de la expulsión, el pueblo se encontraba confuso y “lleno de terror”. Las iglesias y los negocios permanecían cerrados.
Considera el autor que en Chile los jesuitas nunca pudieron ser reemplazados por otra orden religiosa, ya que desde su llegada habían sido grandes maestros para la juventud, importantes cronistas, abnegados misioneros, eruditos gramáticos que conocían las lenguas indígenas. “En los colegios de Mendoza y de Bucalemu (La casa de Bucalemu estaba dedicada al principio a misiones para los aborígenes de la de la zona comprendida entre el Rapel y el Maule) hubo talleres de paño burdo y en el de la Calera funcionó uno de paño fino y bien abatanado. Este batán era el único que se conocía en Chile/…/. Desde principios del siglo XVIII habían traído de Europa arquitectos e ingenieros a los cuales confiaron el edificio de sus conventos y numerosos artesanos bien preparados para que trabajaran bajo las órdenes de aquellos/…/ Los padres se mostraron agricultores de primer orden/…/. Cada una de las fincas de la Compañía era una verdadera escuela de agricultura donde se formaban trabajadores y expertos. En ellas se cultivaban los principales artículos de exportación: además de trigo producían vinos y aguardientes, frutas secas, sebo y charqui/…/. También fabricaban vasijas para vinos, sogas, ollas, platos, fuentes y tenían astilleros donde producían embarcaciones de pequeño porte/…/. Las consecuencias de este acontecimiento no demoraron en sobrevivir terribles y vengadoras. Por de pronto decayó en forma sensible la educación de la juventud y la predicación de la fe perdió la energía y la vivacidad de la palabra/…/. En la esfera industrial, la expulsión de 1767 interrumpió en Chile por cerca de cuatro decenios la fabricación de paños y en toda esa época sólo se vio trabajar a los indígenas y a los mestizos en sus miserables telares/…/.” (Amunategui Solar, 1925: 249).
Esta expulsión provocó importantes repercusiones económicas, culturales, sociales y espirituales. Al decir del historiador Esteban Fontana la más clara consecuencia fue la ruina en la educación, no solamente en Mendoza sino a lo largo de toda la América Hispánica.