Los sectores populares estaban compuestos por grupos bastante heterogéneos. Allí se encontraban españoles peninsulares y criollos empobrecidos y dueños de pequeñas parcelas, pulperos, mercaderes, dueños de recuas de mulas, herreros, también mestizos, indios, negros y mulatos, apunta María del Rosario Prieto.
Es decir, hombres y mujeres libres de pocos recursos, indios encomendados y esclavos conformaban estos amplios sectores subalternos de Cuyo que carecían de poder político y económico.
Como señala María del Rosario Prieto, la diferenciación social se manifestaba en la cultura material. Las personas que estaban dentro de estos segmentos populares solían vivir en condiciones precarias, en sus propias viviendas ubicadas en las afueras de la ciudad o en la de los encomenderos y amos, si se trataba de nativos o esclavos, respectivamente, y, además, vestían prendas de telas de lienzo, muy sencillas.
Indios encomendados
La encomienda fue la institución jurídica por la cual los nativos americanos se convirtieron en tributarios de la Corona española.
Mediante este sistema, señala Luis Alberto Coria, se resolvió el problema de la mano de obra debido a que la encomienda consistía en distribuir indios entre los europeos. Estos últimos contraían la obligación de alimentar a los indios e instruirlos en la doctrina cristiana, además de pagarles un salario por su trabajo. Se comprometían, además, a no venderlos ni tampoco alquilarlos. Por su lado, los indios estaban obligados a pagar cierto tributo o hacer trabajos por un tiempo determinado sin recibir salario en compensación por dicho tributo. El título de la encomienda era concedido por Cédula Real pero, con el correr del tiempo, los Gobernadores también tuvieron el poder para repartir indios.
Los encomenderos no podían ser funcionarios públicos y debían residir en el lugar donde se encontraban los indios; sin embargo, esto no siempre se cumplió en Cuyo ya que muchos encomenderos vivían en Chile y allá trasladaban a los huarpes para trabajar en la construcción o en el servicio doméstico. Estas migraciones forzadas perjudicaron sensiblemente a la comunidad nativa debido a que se perdieron vínculos, contactos y se debilitó, además, su identidad como pueblo.
María del Rosario Prieto apunta que la encomienda fue decisiva en el proceso de aculturación y no sólo influyó en la desorganización de la sociedad en su conjunto, sino también en la disociación y ruptura de la familia primaria, debido a que separaba a los padres de sus hijos, a los maridos de sus mujeres. Aunque es necesario señalar que a veces no se trasladaban a Chile los varones únicamente sino las familias completas.
A fines del siglo XVII, concretamente en el año 1694, la Corona española prohibió la salida de indios de Cuyo y ordenó el regreso de los encomendados a su lugar de origen. Es decir, los huarpes debieron regresar a sus tierras, ser reducidos y trabajar en un radio acotado; sin embargo, esto tampoco se cumplió efectivamente, agrega María del Rosario Prieto. Esta decisión de la Corona tuvo que ver con la escasez de mano de obra nativa que empezó a hacerse sentir en estas tierras por aquel tiempo.
Al final del período colonial los huarpes de los centros urbanos habían perdido gran parte de su cultura, no vestían la camiseta andina sino que lo hacían a la usanza española, hablaban castellano, eran católicos y trabajaban en diferentes oficios: los varones eran agricultores, carpinteros, arrieros, mineros en Uspallata, y las mujeres, cocineras, nodrizas y criadas.
En el siglo XVIII la encomienda entró en crisis y comenzó a declinar hasta desaparecer por completo. Cuando esto ocurrió, los huarpes se incorporaron al sistema productivo de la ciudad engrosando los estratos más bajos. Vivían en los alrededores de la ciudad y trabajaban en chacras y viñas. En otros términos, desapareció la encomienda pero los sectores acomodados continuaron aprovechándose del trabajo indígena bajo la forma de conchabo. Como señala María del Rosario Prieto, los indios se transformaron en peones.
Esclavos
Como señala José Luis Masini, la esclavitud consistió en la propiedad de una persona sobre otra, su descendencia y el producto de su trabajo.
Desde el siglo XVI, los africanos empezaron a llegar al territorio americano en contingentes para reemplazar a los indios nativos en tareas artesanales, rurales y domésticas. La trata de negros resultó un factor dinámico en la economía regional de este continente, refiere María Sáenz Quesada. Hombres, mujeres y niños eran apresados por los traficantes, vendidos como esclavos en las costas africanas y más tarde transportados a América. El viaje era penoso y muchos morían en el trayecto. Llegados al puerto de destino eran alojados en barracas, revisados por médicos y marcados con la “carimba”, sello de metal calentado a rojo para probar su importación. Después se los bautizaba.
De los que arribaban a Buenos Aires, algunos eran comprados por familias locales y se quedaban en dicha ciudad y otros eran distribuidos en el interior en forma bastante despareja. Muchos seguían camino a Chile y luego a Perú. Los esclavos eran transportados al interior en caravanas de carretas. En dichos trayectos se producían nacimientos y muertes, apunta María Sáenz Quesada, y el cruce a través de la Cordillera de los Andes era especialmente agotador para los africanos.
Los comerciantes mendocinos recibían a los esclavos provenientes de Buenos Aires y, generalmente, antes de que comenzara el invierno los pasaban a Chile. En palabras de Luis Alberto Coria, sobre el filo del siglo XVI Mendoza se convirtió en la garganta que suministró durante el siglo XVII, casi con exclusividad, la mano de obra esclava a Chile. Adolfo Cueto considera que en Mendoza no hubo un notable mercado negrero. Esta ciudad, por su ubicación geográfica, constituía el paso obligado de los esclavos negros que se comercializaban entre Buenos Aires y Santiago de Chile; sin embargo, ello no significaba necesariamente que Mendoza fuera un centro de comercialización o que su práctica estuviera generalizada en este territorio.
La mano de obra nativa comenzó a escasear en Cuyo, con lo cual, fue necesario incorporar la esclava. Según Luis Alberto Coria, a fines del siglo XVI, empezó a notarse la presencia de africanos en este suelo. Después de 1610 se intensificó el comercio de negros y el período culminante se dio entre 1620 a 1630, dice Coria. En la década de 1640, las principales familias de Mendoza contaban ya con un número de esclavos proporcional a sus fortunas.
Los africanos que llegaban a esta ciudad que no habían sido comprados directamente sino que eran todavía propiedad de los intermediarios, eran rematados públicamente y adquiridos por sus amos definitivos. Los dueños podían ser personas físicas o corporaciones religiosas como el Convento de Santo Domingo, de San Francisco, Santo Domingo y la Compañía de Jesús.
El negro nativo de África o “bozal” era el más cotizado porque no tenía las mañas del negro criollo, señala María Sáenz Quesada. Por su lado, Luis Alberto Coria agrega que se prefería a los de Angola y el Congo porque eran más robustos, buenos trabajadores, afables en el trato y asimilables a la doctrina católica.
Los africanos introducidos en Hispanoamérica como esclavos perdían su nombre originario y se les asignaba uno español. Muchas veces tomaron el apellido de sus amos. Mucho se ha hablado sobre si los españoles mendocinos hicieron bien en ceder sus apellidos a sus esclavos pero lo cierto es que ello significó además de darles una identificación para sí y para sus hijos, una suerte de adopción por parte de la familia cedente del apellido y una forma de renacimiento o punto de partida en tierra americana para estos hombres y mujeres africanos que se radicarían definitivamente en este suelo, opina Luis Alberto Coria.
Los esclavos desempeñaban las tareas más variadas: se dedicaban a la construcción, fabricaban adobes, cultivaban las viñas y chacras, cuidaban animales domésticos y también se especializaron en oficios tales como la carpintería, platería y sastrería. Por su lado, las mujeres eran cocineras, lavanderas y amas de leche; esto último representaba un atajo hacia una posición influyente en la intimidad de la familia del amo, asegura María Sáenz Quesada.
Desde mediados del siglo XVIII muchos esclavos obtuvieron su libertad; sin embargo, tanto esclavos como libertos se hallaban en la base de la pirámide social colonial y su condición siempre fue la más precaria.