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Los españoles y criollos buscaban casarse y formar familias con españolas y criollas para mantener, de ese modo, la “pureza” étnica en estas tierras y evitar mezclarse con quienes consideraban inferiores: indios y africanos. En muchas ocasiones, predominaron intereses políticos, sociales y económicos, más que la preferencia de los novios, en la elección del futuro cónyuge y esto se daba, particularmente, entre los miembros de los sectores más poderosos de la región.
La familia colonial no era como la familia tipo contemporánea compuesta por el padre, la madre y los dos hijos, sino que se trataba de la familia ampliada; es decir, a los esposos se sumaban los hijos (generalmente más de dos), parientes cercanos y lejanos, consanguíneos y políticos, domésticos y esclavos que convivían o mantenían fuertes y solidarios vínculos interpersonales, señala José Luis Moreno. También en ocasiones se solían recibir agregados, esto es, huérfanos o viudos. De ese modo, las casas cuyanas estaban habitadas por muchas personas.
El hogar era el lugar de reunión de los miembros del grupo familiar, el ámbito donde se tomaban las decisiones de la vida cotidiana, se compartían alimentos, el lecho para descansar y las actividades domésticas y económicas. En otras palabras, este ámbito operaba como espacio de sociabilidad y en el caso de la elite, por ejemplo, en el interior del hogar se articulaban redes sociales muy complejas que incidían luego en la vida política y económica de la ciudad.
Las primeras casas mendocinas del siglo XVI eran muy sencillas, simples ranchos, además del Cabildo y las iglesias alrededor de la Plaza Mayor. Según señala Pablo Lacoste, dichas casas fueron evolucionando desde la construcción de una sola sala en la que habitaban todas las personas, hasta la consolidación de habitaciones diferenciadas.
Hacia el siglo XVIII, las viviendas de los vecinos de Mendoza contaban con la sala, dormitorios, patios y la huerta y corrales. El espacio de la mujer dentro de la casa era la sala, allí recibía las visitas y desenvolvía su vida familiar y social mientras que sus sirvientas y esclavas se ocupaban de las tareas domésticas. La sala era, entonces, el lugar de socialización, de conversación, de música, de bordado; el sitio donde se exhibía el prestigio social, según palabras de Pablo Lacoste. Sin embargo, en la primavera y verano, dado el clima de Mendoza, las reuniones se llevaban a cabo en las galerías y bajo los parrales. De este modo, el parral también funcionó en Cuyo como un espacio de socialización. Cualquier motivo: bautismos, matrimonios, cumpleaños, la presencia de algún viajero o fiestas y celebraciones, era bueno para justificar la realización de una tertulia en la casa y recibir a parientes y conocidos.