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Las disposiciones legales
La provisión de libros para América no fue un tema menor para los monarcas españoles, ya que los mismos eran conductores de las nuevas ideas que se desarrollaban en la península y que podían ser afines o no con los propósitos de los gobernantes. Por lo tanto fue necesario legislar sobre el tema para ordenar su distribución y difusión.
El Libro I, Título XXIV de la Recopilación de las Leyes de Indias se titula “De los libros que se imprimen y pasan a las Indias”. La Ley primera establecía la prohibición de escribir libros en América sin que fueran supervisados por el Consejo de Indias. La Ley II establecía que ninguna persona podía llevar a las Indias libros impresos sobre materia americana que no tuviesen la autorización del Consejo, mientras que la Ley tercera dictaminaba que “no se imprima ni sobre arte, ni vocabulario de la lengua de los indios sin estar aprobado conforme a la ley”.
Finalmente la Ley cuarta mandaba que no se consientan en las Indias libros profanos y fabulosos: “Porque de llevarse a las Indias libros de Romance, que traten de materias profanas y fabulosas e historias fingidas se siguen muchos inconvenientes. Mandamos a los virreyes, audiencias y gobernadores que no los consientan imprimir, vender, tener ni llevar a sus distritos y provean que ningún español ni indio los lea” (Recopilación de las Leyes de Indias.Libro I, Título XXIV, Ley IV).
De hecho en la Casa de Contratación se registraba cada libro que salía para América declarando la materia que trataba y existía un exhaustivo control sobre los libros que prohibía el Tribunal de la Inquisición. Solamente el monasterio de San Lorenzo estaba autorizado para imprimir los libros del “Rezo y Oficio Divino” (brevarios, misales, diurniarios, oras, libros entonatorios y procesionarios) y enviarlos a América.
Evidentemente este sistema de control tenía sus fisuras entonces la Ley XIV estableció que se retiraran los libros de herejes y que se impidiera su comunicación: “/…/porque los herejes piratas/…/ han tenido alguna comunicación en los puertos de Indias y esto es muy dañino a la pureza con que nuestros vasallos creen y tienen la Santa Fe Católica por los libros heréticos y proposiciones falsas que esparcen y comunican a la gente ignorante”
La labor de los Jesuitas
Los jesuitas también se destacaron en la provisión de libros. En el caso de Chile, uno de los más notables jesuitas que llegó a ese país fue el padre Carlos Haimhausen, el cual pertenecía a una familia muy notable de Baviera y se hallaba emparentado con los archiduques de Austria. En 1740 se celebró la congregación provincial en Chile y fue nombrado procurador. Junto con su compañero el padre Pedro Illanes se dirigieron a España con el fin de reclutar 40 misioneros que debían trasladarse a Chile. La convocatoria estuvo dirigida a subsanar una gran carencia de Chile: la existencia de oficiales mecánicos.
Con esta finalidad recorrieron Alemania y hacia 1748 logró embarcar a los 40 jesuitas entre los que había plateros, fundidores, relojeros, pintores, ebanistas, carpinteros, boticarios, tejedores, bataneros y especialistas en otros oficios.
La expulsión de los jesuitas puso fin a todos los talleres que se organizaron sobre todo en La Calera pero sin embargo pervivió una innovación introducida por el padre Haimhausen: una imprenta. No se sabe si lograron hacer alguna publicación, pero los Jesuitas lograron reunir una vasta biblioteca que luego del entrañamiento fueron destinados a la Universidad de San Felipe.
Al decir de Draghi Lucero la biblioteca jesuítica fue indudablemente la más valiosa de Cuyo durante la época colonial. La misma poseía cerca de 650 volúmenes. La obra más antigua que conservaba era de 1516. Este repositorio era de una invalorable riqueza en temáticas como la Teología y los estudios humanísticos como así también estudios lingüísticos tales como el “vocabulario de la lengua general de todo el Perú” escrito por el padre Diego González Olguín impreso en 1608, la obra del padre Antonio Machón “las siete estrellas de la mano de Jesús” impreso en Córdoba en 1732, “Arte de la lengua de Chile, vocabulario y doctrina” del padre Andrés Febrés, impreso en Lima en 1767 y la obra del padre Luis de Valdivia “Doctrina cristiana, catecismo y vocabulario de las dos lenguas más generales que corren en la provincia de Cuyo” impreso en Lima en 1607
Bibliotecas privadas del siglo XVIII
El historiador Jorge Comadrán Ruiz relata en su obra “Breve historia de tres bibliotecas mendocinas del siglo XVIII”, que hacia este siglo existía en Mendoza un grupo de familias ilustradas y poderosas desde el punto de vista económico y que también detentaban el poder político. Entre ellas se destacaban los Martínez de Rozas, los Sotomayor, los Corvalán, los Videla, los Mayorga, los Benegas, los Anzorena, los Godoy, los Lima y Melo, los Correas, los Lemos, los Molina, los Moyano, los Puebla, los Segura, los Villanueva entre otros. Estas familias se emparentaban entre sí, tenían numerosos hijos, poseían grandes extensiones de tierras, viñas, bodegas y tropas de carretas que transportaban sus productos a Buenos Aires, Córdoba o Santa Fe. Por todas estas razones constituían una clase privilegiada que detentó el poder durante más de trescientos años. Estas familias enviaban a estudiar a sus hijos a Santiago o a Córdoba, algunos profesaban los votos religiosos y también tenían hijas monjas desde que se fundó el Monasterio de Buena Esperanza.
De este grupo social los doctores y los sacerdotes eran los que se destacaban por su cultura y fueron ellos los poseedores de bibliotecas privadas en donde se conservaban libros de diferentes características: libros de Teología y de Moral, Literatura, Ensayos, libros de Historia y Política.
Una biblioteca a tener en cuenta siempre era la del Escribano Público ya que no solo conservaba escritos pertinentes a su profesión sino también a diferentes ramas de la cultura.
Comadrán Ruiz se sitúa luego en su trabajo en las colecciones bibliográficas que en la última década del siglo XVIII poseían Juan Videla, el presbítero Juan Francisco Godoy y la del Escribano Público, de Real Hacienda, Minas y Registros Pedro Simón Videla.
La importancia de estas colecciones no radica en la cantidad de volúmenes que poseen sino por la calidad de las mismas.
La biblioteca de Juana Videla poseía 51 obras con un total de 98 volúmenes. Probablemente llegó a sus manos por herencia de su tío Juan Anselmo Godoy. Se trataba de una colección muy importante que incluía tratados de Teología, Moral, Ascética, Mística y algunos escritos de contenidos históricos y filosóficos junto a piezas literarias. Probablemente a su muerte la biblioteca pasó a sus hijos María Lorenza y Juan Cornelio Moyano.
Con respecto a la biblioteca del presbítero Ignacio Francisco Godoy, prior de la Orden Tercera de Santo Domingo, la misma poseía 52 obras en 133 volúmenes y aparentemente fue formada por él a partir de algunas cesiones y donaciones realizadas por sus familiares. A su muerte esta biblioteca pasó a sus herederas universales, sus hermanas Anselma y Justa y a su sobrina Francisca Javiera Villanueva.
El escribano Pedro Simón de Videla poseía una biblioteca de 29 obras en 46 volúmenes. El origen de esta biblioteca es familiar. Pertenecía a su padre, Francisco de Videla, también escribano público y pasó a Pedro cuando en 1778 su padre le cedió la escribanía. A su muerte la biblioteca pasó a manos de su hijo José Marcial.
Estos tres ejemplos permiten inferir como la cultura también era prerrogativa de la clase gobernante pero también que las mujeres tenían acceso a la misma.